miércoles, 30 de julio de 2008

Le ruego al alto cielo el fin de todo mañana porque yo estoy llorando, porque yo no sé cómo terminar un verso sin decirle adiós a los árboles de plata tan cansados de esperar los diamantes del fuego violeta. Oh impura mirada, yo quería poseer y me convertí en veneno, cuando todo era un dejar en libertad, amarga. El verso es el hombre. El verso más cruel es el Hijo del Hombre. Le ruego sagradamente al bajo cielo el fin de todo mañana porque yo no sabría cómo levantar la bandera de la carne, bendición de las estatuas, la precisión aniquiladora y dulce del rayo, el exceso de lucidez, se diría, sólo ha sido un martillo galopando violentamente en las venas del tiempo, el sol es una herida en el cielo, ah, y se despeña y se despeña el vaso insolente de la eternidad, los hombres lloran a sus muertos, Señor, los lloran -no es necesario ver y tocar el costado de las lágrimas-, dime dónde estamos, dónde perdimos el camino en el camino, dónde se nos ocultó la vida, dónde estamos, oh mi corazón amedrentado de visiones, extraviamos los puentes en un juego de cartas, oh mi corazón, ya todo es invisible, escucha, volver es lo irremediable, existe una ley que somos y que olvidamos, entramos en el juego y no hay un salir, el Bardo es el culpable, túneles, Ascenso al Empíreo, las máscaras no lo soportan, personae, abismo luminoso de mariposas y escaleras de agua, todo es siempre un volver, sólo la lluvia ha de pasar. Aléjate, aléjate; quizás sólo así vuelvas por primera vez. En la ruina de nuestras alas se construye, perverso, la imagen del estanque vacío. Oh terrible ley que somos. Lo-que-da-origen y lo-que-es-originado. Las estrellas enmudecieron cuando nos vieron despertar, pan y tormenta de un juego de niños. Somos desdichados porque creemos en el amor. Es cierto. Lo grita la canción de los amantes. Sólo los ángeles pueden sufrir en el infierno. Siempre, del otro lado de nosotros, se irradia el dolor por el nosotros perdido. Pero yo me río de lo sempiterno. Nadia habrá de consolarme, nadie. Nuestro cuerpo es el único infierno donde todavía brilla un sol. Tal vez con darle forma. El mal es el trono el bien. Amazonia. Oh preciosa gloria de Hera. Imágenes. Somos desdichados porque creemos en el amor.
Sin embargo, tú y yo lo sabemos. Es injusto hablar así.

A Franco Invernizzi, un amigo
en la paciente desesperación y el fuego sagrado del presente

domingo, 20 de julio de 2008

A la manera de Álvaro de Campos


Me siento cansado, como si estuviera enfermo
de muerte. Después de todo, pienso (no sé
si existo), podría estarlo.
La pintura que traza la sombra
con su pincel sobre mi cuerpo,
no debería asustarme: lo más probable es que yo no sufra
la afrenta de ser el primer animal
inmortal en la historia de los hombres. Para los dioses
otro es el reino.
Todo inevitable; aunque las cosas dejaran de ser algún día
lo que siempre han venido siendo, sepamos o no
como llamarlas. Todo inevitable, sin más,
aunque el sol se cansara de ofrecernos
su luz, la noche;
esas luces dispersas y
la lágrima de oro.
¿Qué se puede pedir, qué se quiere pedir, dime,
si se pudiera
y si se quisiera pedir algo
a alguien o a algo –lo que fuere; una zona, por ejemplo– que [cumpliera
nuestros más íntimos deseos? Nada se pediría,
porque ni siquiera nuestros más íntimos deseos son nuestros
desde la tarde en que olvidamos el silencio del amor
depositado en el intervalo que hay de un latido a otro.
Tampoco los míos son tuyos,
aunque estés, como una vela cruzando la lluvia,
detrás de mis ojos;
tampoco porque lleves algo de tu espejo en mi rostro,
como perfume de los mismos pétalos
de la rosa de nadie,
serán míos los deseos tuyos.
Estamos solos,
y ni siquiera nos tenemos a nosotros mismos,
separadamente mutuos en la soledad que
compartimos a pesar de todo el peso de los años,
como dos ancianos que esperan el fin
de todo mañana, bajo la sombra del umbral de una puerta,
o escondiendo los rostros detrás de una taza de té,
para saber finalmente si fue verdad o no
el hecho innegable de compartir,
únicamente como dos seres humanos pueden llegar a hacerlo,
este pedazo de pan inexistente llamado poesía.
Quien desea y quiere en nosotros
es algo o alguien que se ha olvidado a sí mismo, no así al deseo,
desde la primera mañana
en que abrió sus ojos, encadenándolos
a esto que nos empeñamos toda la vida en llamar por su nombre.

Sólo nos queda la música más allá de la música.