sábado, 27 de diciembre de 2008

Haría bien llorar, haría bien llorar
tú que conoces la venenosa alegría de la libertad, haría bien llorar
Llorar al padre muerto, llorar al viento, llorar por la aliteración [perdida,
llorar porque jugar las palabras jugar no florece ningún corazón [aquí Señor,
llorar sobre la cabeza desnuda del rayo, llorar las redes de peces [rojos,
llorar tus ojos, llorar llorar
decir tu nombre y llorar y no poder llorar de verdad por decir
haría bien llorar, Señor, tu padre muerto, nosotros no somos,
¿cómo pretendes que ame
al santo animal que grita en mi corazón
si sólo tú existes?
Llorar con mayúscula una cursilería y llorar
sobre las piedras rojas llorar, llorar el grito de los árboles
y el llanto de los pájaros,
sobre las piedras, llorar
esta vaga ilusión de decir llorar, sobre las piedras
llorar la música y llorar y baliar
el error de decir llorar,
estrellas
lo que no tengo no lo quiero tener, amigos, ¿dónde?
galaxia tigre y remordimiento,
irrealidad de un amor muerto
y vives iluminación de la piedra perdida, detente
Haría bien llorar, haría bien llover llorar
llover tus cabellos unen a la mar con el cielo
yo subo tu padre muerto, llorar, florece un presente,
tus cabellos unen a la mar,
una lágrima de oro en el cielo
la música es el silencio de los ojos de Dios
Así cantan los muertos en tu corazón
Haría bien llorar
Pero dime hija mía, canta: ¿dónde
quedó la metafísica de la luz, dónde?
No lo sé, pero siento pasos en mi corazón

martes, 30 de septiembre de 2008

Tuve una revelación. Como la de los antiguos profetas (pero sin la barba rabínica). Dios se me apareció en un bar. Me dijo "Yo no existo". Desde ese día creo cada día más en Él. Desde ese día puedo sentir que lo amo. Desde ese día siento que puedo respirar en paz.

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El corazón es santo cuando la música lo desmembra. ¿Acaso existe -te pregunto- otra manera de crear el retorno?


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Estoy convencido que los Verdaderos Libros Sagrados son humorísticos. La única razón por la que yo escribo serio -sobre todos en mis poemas- es porque la mayoría del tiempo no soy lo suficientemente valiente como para ser feliz.


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Esta es la última destrucción antes del amor.


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Dios busca trascenderse a Sí Mismo en mí. Dios desea ser más que Dios.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Con cuanta impaciencia he cabalgado la esplendorosa ruina del aire, aparición abrumadora mis dedos se deshacen en una ráfaga de luna saliente montaña y nieve párpados del silencio brutal (¿es que existe acaso otro silencio; pero, amor y odio mío, dónde vive la caridad, quiénes?), porque navíos de sangre que llevan flores y tesoros en las velas agitan el lenguaje de mi corazón hoy mudo de ti, espesura de lágrimas y magros violines. ¡Cuántos sueños peligrando la nada del miedo y la monotonía de la duda, ay falta de fe, árboles rojos naciendo cielo, llevo millones de vidas descreyéndote, gritándole al amargo corazón de la belleza: la vida es un golpe mortal, huye de aquí! Lo invisible, pero a mí me cuesta ver, y lloro, qué algún día tengamos ojos para los colores de la vida verdadera duelen tanto los viejos amores astillando la carne y el olvido de la Ciencia plegaria de Virgilio dónde te encontrarás en el átomo más luminoso de mi alma, miseria de la luz. Quizás alguna noche los caballos de videncia se abreven en mi frente, quizás alguna noche, ya libre de mí mismo, mentira. La imperfección que soy ilusiones me libera de mí. Mas a la luz, el Enemigo lo sabe, le son indiferentes las formas. Siento. Verdad. Nuestras mujeres nos harán dioses, sí, cuando sus largas pestañas irradien la belleza del clavicordio en las manos del ángel, porque los fracasos, extrañamente, nos devuelven a la vida. Si te llamaras Alicia. Perdóname la falta de piedad, yo no confundo mi Logos ardiente espera de mí mi Dios. Si te llamaras Alicia, Tai. Atardecer música del alba. El amor es velocidad y certeza. A la malla de la luz le son indiferentes las formas. Sería hermoso decir que si no me enseñas tú no aprenderé.


jueves, 7 de agosto de 2008

Pagana maravillosa, amante de John Donne, hija del sol, tú que amas la Variación, no sé si algún día serás mía como lo son las cartas de lascivas enamoradas que empapan mis rodillas, como mía es la fruta voluptuosa que llevo a mi boca y se hace una con mi carne, saludable y fuerte No sé si alguna noche de diáspora serás mía No sé si mía serás, pero ya lo eres o lo fuiste, Hespérida, nadadora de la punta de mi lengua, llevo dos semanas soñándote todos los días beso inmenso, en verdad loco y fúlgido en tu espalda, tu boca y tus pezones, espiral de mariposas, nace entre atlas y axis, arremeto mar adentro, reina boreal y trigo Astralmente ya te tengo, en esa noche terrible de antorchas de opio y pureza, de caídas que construyen un paraíso de muslos y tumultos sin fin, como Paolo y Francesca rodando en el infierno de Alighieri Eternamente mía, ya fuiste en el altar veloz de la nieve, en una orgía de ángeles furtivos y amenazantes, en el segundo piso de una casa de artistas en un barrio cualquiera de Buenos Aires; recuerdo la suavidad de amapola de tu sonrisa vertical, secreto de tu boca íntima, recuerdo en mis manos tus cabellos de oro forjando la bella alquimia del fornicio, delicadamente fervorosos tus ojos leoparda, tus palabras de agua y dulce tormenta aniquiladora, tu siempre exigir más, como el amor que nada, tus pies y tu boca semi abierta en una inclinación imposible cuya figura geométrica levantara una nueva matemática en la casa de Eros Pagana maravillosa, yo sé que tú gozabas con ser la amante de John Donne en otra vida fuiste perfecta, tus piernas abiertas eran el Triángulo, mi falo era el Ojo del Cielo penetrando el misterio, juntos le robábamos un secreto al Conocimiento, dichosos nos mecíamos en el centro voluptuoso de una estrella, pero mentimos espantosa y terriblemente mentimos falaces y veloces todo ha sido el vapor de un sueño, la incandescencia, quizás polvo de estrellas, pero nada más que polvo, entrelíneas de una frase inconclusa del agua, pero también una válida imitación del movimiento de los cuerpos celestes Ahora ya es tiempo de lo Real, esta ficción es una magia, ven, vibremos, somos un intercambio de luz y placer, yo estoy hechizado y me fascina tu religión tu carne clarividente es la religión de las esferas, yo te seduzco yo soy tu sacerdote, cúmulo estelar Tu cuello es un árbol de limón, dame el aroma de tu luna y su jugo sagrado, consúmame Muchacha de botas negras y manos confusas, eres pura porque te pareces a mis sueños Tú eres la Fuerza para desencadenar a Prometeo con tus piernas de maga, desencadénalo Pagana maravillosa, amante de John Donne y de todos sus enemigos, loca enamorada del placer de los cuerpos, hija del sol, yo estoy hechizado, lo sabes, si pujáramos por el sexo, en la elevación espléndida si cabalgáramos la lúcuma juntos a la serpiente, nuestro placer no sería efímero, el amor es velocidad, bendíceme en tu pistilo, se como el Islam, como las lascivas Maestras del Desierto, epifanía de la cópula besaría tu alma y el alga de tu monte; flor de azahar, sométeme a la Ley Natural de los Cuerpos

miércoles, 30 de julio de 2008

Le ruego al alto cielo el fin de todo mañana porque yo estoy llorando, porque yo no sé cómo terminar un verso sin decirle adiós a los árboles de plata tan cansados de esperar los diamantes del fuego violeta. Oh impura mirada, yo quería poseer y me convertí en veneno, cuando todo era un dejar en libertad, amarga. El verso es el hombre. El verso más cruel es el Hijo del Hombre. Le ruego sagradamente al bajo cielo el fin de todo mañana porque yo no sabría cómo levantar la bandera de la carne, bendición de las estatuas, la precisión aniquiladora y dulce del rayo, el exceso de lucidez, se diría, sólo ha sido un martillo galopando violentamente en las venas del tiempo, el sol es una herida en el cielo, ah, y se despeña y se despeña el vaso insolente de la eternidad, los hombres lloran a sus muertos, Señor, los lloran -no es necesario ver y tocar el costado de las lágrimas-, dime dónde estamos, dónde perdimos el camino en el camino, dónde se nos ocultó la vida, dónde estamos, oh mi corazón amedrentado de visiones, extraviamos los puentes en un juego de cartas, oh mi corazón, ya todo es invisible, escucha, volver es lo irremediable, existe una ley que somos y que olvidamos, entramos en el juego y no hay un salir, el Bardo es el culpable, túneles, Ascenso al Empíreo, las máscaras no lo soportan, personae, abismo luminoso de mariposas y escaleras de agua, todo es siempre un volver, sólo la lluvia ha de pasar. Aléjate, aléjate; quizás sólo así vuelvas por primera vez. En la ruina de nuestras alas se construye, perverso, la imagen del estanque vacío. Oh terrible ley que somos. Lo-que-da-origen y lo-que-es-originado. Las estrellas enmudecieron cuando nos vieron despertar, pan y tormenta de un juego de niños. Somos desdichados porque creemos en el amor. Es cierto. Lo grita la canción de los amantes. Sólo los ángeles pueden sufrir en el infierno. Siempre, del otro lado de nosotros, se irradia el dolor por el nosotros perdido. Pero yo me río de lo sempiterno. Nadia habrá de consolarme, nadie. Nuestro cuerpo es el único infierno donde todavía brilla un sol. Tal vez con darle forma. El mal es el trono el bien. Amazonia. Oh preciosa gloria de Hera. Imágenes. Somos desdichados porque creemos en el amor.
Sin embargo, tú y yo lo sabemos. Es injusto hablar así.

A Franco Invernizzi, un amigo
en la paciente desesperación y el fuego sagrado del presente

domingo, 20 de julio de 2008

A la manera de Álvaro de Campos


Me siento cansado, como si estuviera enfermo
de muerte. Después de todo, pienso (no sé
si existo), podría estarlo.
La pintura que traza la sombra
con su pincel sobre mi cuerpo,
no debería asustarme: lo más probable es que yo no sufra
la afrenta de ser el primer animal
inmortal en la historia de los hombres. Para los dioses
otro es el reino.
Todo inevitable; aunque las cosas dejaran de ser algún día
lo que siempre han venido siendo, sepamos o no
como llamarlas. Todo inevitable, sin más,
aunque el sol se cansara de ofrecernos
su luz, la noche;
esas luces dispersas y
la lágrima de oro.
¿Qué se puede pedir, qué se quiere pedir, dime,
si se pudiera
y si se quisiera pedir algo
a alguien o a algo –lo que fuere; una zona, por ejemplo– que [cumpliera
nuestros más íntimos deseos? Nada se pediría,
porque ni siquiera nuestros más íntimos deseos son nuestros
desde la tarde en que olvidamos el silencio del amor
depositado en el intervalo que hay de un latido a otro.
Tampoco los míos son tuyos,
aunque estés, como una vela cruzando la lluvia,
detrás de mis ojos;
tampoco porque lleves algo de tu espejo en mi rostro,
como perfume de los mismos pétalos
de la rosa de nadie,
serán míos los deseos tuyos.
Estamos solos,
y ni siquiera nos tenemos a nosotros mismos,
separadamente mutuos en la soledad que
compartimos a pesar de todo el peso de los años,
como dos ancianos que esperan el fin
de todo mañana, bajo la sombra del umbral de una puerta,
o escondiendo los rostros detrás de una taza de té,
para saber finalmente si fue verdad o no
el hecho innegable de compartir,
únicamente como dos seres humanos pueden llegar a hacerlo,
este pedazo de pan inexistente llamado poesía.
Quien desea y quiere en nosotros
es algo o alguien que se ha olvidado a sí mismo, no así al deseo,
desde la primera mañana
en que abrió sus ojos, encadenándolos
a esto que nos empeñamos toda la vida en llamar por su nombre.

Sólo nos queda la música más allá de la música.